domingo, 26 de diciembre de 2010

Senegal III: Saint Louis y el Siki

(Entrada dedicada al desayuno en el Hotel Siki, un placer difícil de olvidar)

Desayunar a las 9 en el Siki puede ser una experiencia inolvidable. Las habitaciones y zonas comunes del Siki siguen siendo una casa colonial, las telas africanas y las máscaras que Jai ha ido comprando y poniendo con cariño en el local le confieren un aire local que hace que estés siempre situado. No es como esos lugares anodinos e internacionales que hacen que olvides en qué país estás, es simple y llanamente un trocito de Saint Louis.  Sólo una cosa te saca de esa atmósfera Senegalesa, las cartas colgadas en la pared. Unas cartas de pizarra de madera, escritas a tiza que muestran una gastronomía atractiva para el viajero que no termina de adaptarse a la rica cocina senegalesa. Allí, en esas cartas, percibimos cuando entramos a tomar un café, que había españoles en la sala. Pulpo a la gallega, tortilla de patatas, paella, calamares,…así, todo expresado en nuestra lengua materna a pesar de que nadie en Saint Louis sabe qué significa.

Volvamos al desayuno, en una mesa grande, yo sola junto a mi portátil, el sol entra por las ventanas y alguien trabaja en alguna otra mesa. Una camarera me prepara un delicioso desayuno, mientras yo preparo el escenario para comprobar mi e-mail, revisar las noticias y, probablemente, trabajar en alguna cosa. Poco a poco el local, con acceso directo a la calle, se va llenando de gente, en realidad no se llena, porque las gentes llegan de una en una, es como si su propia dinámica facilitara tu aprendizaje, porque eso es lo que es al fin y al cabo, no estoy desayunando, estoy aprendiendo a marchas forzadas cosas sobre el país.

Un hombre negro, alto, altísimo y joven, muy joven entra en el local, intercambia dinero con alguien que le estaba esperando, quizá le habría llamado con anterioridad. Me mira con complicidad y me explica, “da un mejor cambio que el banco”. Ambos se despiden, en Senegal siempre se saluda con la mano, tanto en el comienzo como en la despedida, son afectivos y cercanos, sin la asepsia de los europeos, la comunicación es mucho más directa.

Otra vez el local vuelve a estar semivacío, hasta que una pareja de cooperantes españoles entra y ruidosamente, haciendo gala de su origen, charlan con los que encuentran a su paso. Te permiten aprender que hay mucha gente trabajando en cooperación, ingenieros, maestros, doctores, gente que trabaja en las obras que el gobierno español financia para evitar que las pateras salgan al mar. Pero todos se van, el restaurante del Siki, como todos los hoteles, es un sitio de paso, excepto para mí que disfruto la mañana observando y aprendiendo. Una señora mayor entra y saluda, también en español, el Siki es un punto de encuentro, la eterna amabilidad de Jai hace que todo el mundo venga y se quede un rato. La señora cuenta, “me vine a ayudar a esta gente, que lo necesita y mucho”, me da que pensar, no es una historia aislada, gente que huye de una vida cómoda y se viene a Senegal a echar una mano, “yo ya lo he hecho todo en la vida, al menos que lo próximo que haga sirva para algo”.

Pero también se va y deja paso a los funcionarios del ayuntamiento, que vienen a inspeccionar. En Senegal los establecimientos regentados por senegaleses se ven menos afectados por las normas de calidad y las inspecciones que los regentados por extranjeros, pero es normal, hay muy pocos senegaleses que puedan hacer frente a negocios como hoteles, tiendas, etc. Son negocios muy distintos, ellos abren pequeñas tienducas de souvenirs, etc. y el gobierno no les molesta en absoluto. Es palpable porque los niveles de calidad de unos y otros son muy diferentes. Aunque, nos cuentan, no es la misma corrupción que en algunos lugares de Sudamérica, sí que muchos inspectores encuentran algún modo extra de supervivencia de sus visitas.

Así cientos de historias confluyen en ese bar-restaurante de ese magnífico hotel, gracias Jai por tu atención y por tu cariño.

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